Un domingo de zafra es un día cualquiera de la semana: los hombres en el corte, la caña entrando al central, el jugo atravesando los procesos hasta salir convertido en azúcar. Es la misma jornada luminosa, porque en tiempos de molida no hay descanso ni siquiera el séptimo día. Todos son iguales, excepto cuando se llega al cumplimiento del plan.
En Marcané, ese poblado que Compay Segundo convirtió en un territorio célebre con su Chan Chan, la gente esperaba desde temprano por el “pitazo” del ingenio. Nosotros llegamos sobre las 9 de la mañana, pensábamos que a esa hora ya el “Loynaz Hechavarría” habría alcanzado las 31 mil 421 toneladas (T) de azúcar de su plan técnico económico, pero las maquinarias se habían detenido por falta de caña cuando restaban 180 para la meta.
A pesar de todo no había desánimo. “Ya vienen 21 carros de Urbano Noris”, nos comentó un obrero. “El pelotón salió para el área de corte con combinadas prestadas”, decía otro. Parecía que alcanzar esa cifra este domingo, resultaba cuestión de vida o muerte.
Mas el momento esperado no ocurriría durante la mañana, por lo que dimos algunos recorridos e hicimos otras actividades. “A las 4 de la tarde estaremos celebrando”, nos habían dicho y fue justo a esa hora que regresamos.
En la plazoleta del central ya se iba agrupando la gente: niños y jóvenes del barrio, obreros, vecinos. Entre la música y el baile a veces alcanzaba a escuchar algunos comentarios sobre las peripecias que se habían hecho para lograr “arrancar” ese día, pues la caña se demoró en llegar. No obstante, ahora todo iba por buen camino, demorarían un poco más en conseguirlo, pero en lo que llegaban las 7 de la tarde, continuaron los preparativos.
En el Puesto de mando había sido un día de fuego, entre el calor y las múltiples decisiones necesarias para asegurar que no faltara nuevamente la caña. En la industria cada cosa se puso en su lugar para que todo funcionara con la precisión de un reloj. Tal era el latir de la zafra en su corazón mismo, aunque afuera continuaran llegando personas y la caldosa que se cocinaba a un lado de la explanada, finalmente quedara lista.
Eran un poco más de las 7 cuando el central “gritó” que lo habían logrado y fue como si ese sonido trajera consigo unas contagiosas ganas de reír: todos lucían una amplia sonrisa en el rostro. Hubo aplausos, abrazos, felicitaciones; incluso quienes corearon que querían la sede por la celebración del 26 Julio para el municipio de Cueto. Era una alegría sencilla y grande; quizá más grande por ser tan sencilla. En Cuba la zafra es vida. Y en Cueto cumplir es cuestión de honor.
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