Dice él que nos besamos por primera vez bajo el naranjo. Era diciembre y el hambre te calaba los huesos más que el frío, por eso habíamos ido hasta el río a buscar naranja agria. El refresco no era mi favorito, pero sabía mejor que el agua con azúcar, así es que tomamos un palo y nos fuimos a jugar a la piñata con aquellas naranjas altas que se negaban a caer.
Él llegó casi corriendo, como quien busca desesperadamente algo que se le ha perdido y necesita con urgencia, y fue quizás por eso, por el tiempo que llevábamos sin vernos, que cuando nos fuimos a saludar nuestros labios se rozaron por accidente. (más…)