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Archive for the ‘mis crónicas’ Category

WP_20170725_00225 de julio. Siete de la mañana.

Las calles de la ciudad se despiertan de a poco o duermen; como los domingos, o como los días feriados, que es el caso.

Sobre la cerca del jardín de un edificio, un hombre termina de colgar una bandera cubana. Me detengo. Me gusta el conjunto que forma con la del 26 de Julio y la imagen de Fidel, y le pido permiso al hombre para tomar una foto.

Él asiente. Yo doy unos pasos hacia atrás para tener un mejor ángulo. Acciono el obturador, reviso la fotografía y me dispongo a irme cuando me detiene la pregunta:

–¿Sabes por qué es todo esto?

Por un segundo creo que el hombre me ha confundido con alguien de otro país y, con una sonrisa, le digo que sé que se espera el 26 de Julio.

El hombre deja la limpieza que realizaba y me señala una pared del edificio.

–Por el 26 del Julio y por eso. A ese muchachito la tiranía lo mató y lo dejó muerto aquí mismo. Ahorita vienen sus familiares, los que le quedan, siempre vienen.

El hombre dio la espalda, y yo por primera vez reparé en la tarja que hay en la pared.

Se llamaba Alfredo Sánchez Martínez. Lo mataron el 26 de julio de 1958 y no había cumplido los 23 años.

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El parte meteorológico anuncia la entrada de un frente frío, el ministerio del transporte informa la suspensión del transporte marítimo debido al mal tiempo, y en la Isla de la Juventud cientos de personas llaman a sus familiares, amigos, jefes… para decirles que están varados indefinidamente en este pedazo de Cuba.

Algunos logran escapar al maleficio que ahora resulta la insularidad, llenando las últimas capacidades de un vuelo de cubana. Otros mascullan los planes frustrados: turnos médicos, viajes dentro de la isla grande o fuera de ella, informes sin entregar, tareas sin cumplir, abrazos que dar… Y se resignan a la espera.

«Este viento es para tres días, hasta entonces no habrá barco», comenta un hombre en una guagua. «A los que tenían pasaje en el catamarán los van sacar en los aviones. Hay que estar atentos a radio Caribe», dice una mujer a otra en la calle.

La isla se ha vuelto casi una prisión para quienes necesitan salir. La isla los ha convertido en Robinsones, náufragos modernos con internet, con una ciudad a su disposición, cientos de gente a su alrededor y sin embargo, todavía náufragos.

«Eso es normal aquí»… Y la frase, lejos de animar, despierta preguntas en el foráneo: ¿cómo se vive en la incertidumbre? ¿cómo se acostumbra uno a los designios del mar?

Pero el sol sale y disipa las nubes, y a pesar del viento, la playa de arenas negras recibe a decenas de personas que ríen, bailan, juegan. Es domingo y la isla ha despertado despacio, como siempre. Y como siempre la gente va a sus asuntos.

Los extraños son fácilmente reconocibles. Los extraños miran al mar, en busca de un barco.

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Visité Baracoa por primera vez hace ya más de 11 años, cuando tuve que viajar desde Santiago de Cuba a esa ciudad para dar clases de Comunicación Social a los estudiantes de la Escuela de Trabajadores Sociales.

Entonces yo estaba en cuarto año de la carrera y tenía 20 años, pero miré la ciudad con los ojos de la responsabilidad que me había llevado allí; de modo que no reparé mucho en ella, sino que me concentré en las casas de mis alumnos, los lugares donde estudiaban… Más allá del encanto indiscutible de la carretera que une a Guantánamo con la Primada de Cuba, y sus paisajes que van desde los colores de la sequía, el azul del mar, hasta el verdor de los bosques de montaña; más allá de la fascinación de quien se enfrenta por primera vez a la imponente Farola y sus pinos y manantiales; mis ojos no descubrieron nada.

Quizás por eso, cuando me preguntan, a veces la memoria me traiciona y digo que conocí Baracoa un año después, cuando llegué hasta allá con un grupo de locos amigos. (más…)

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Llegué tarde. De los 45 minutos que parece haber durado la función, solo alcancé a ver unos veinte. Fueron suficientes.
En el agua cobraban vida los personajes de esas historias míticas y cotidianas de Vietnam: el río lleno de peces y los pescadores en la búsqueda de su sustento y hasta dragones y unicornios.
Durante ese tiempo, alguna magia invisible me convirtió otra vez en una niña y bajo la calurosa carpa viajaba de la risa al asombro. Me preguntaba una y otra vez cómo era posible tanta coordinación de movimientos cuando aquellos ¿marioneteros? ni siquiera podían ver lo que hacían, pero aun así los muñecos bailaban, los unicornios jugaban a la pelota y la pareja de fénix danzaba como las aves en sus ritos de apareamientos, como si estuvieran realmente vivas.
Than Long se llama la compañía vietnamita de marionetas acuáticas que se presentó en la Habana, gracias a la cual, por unos instantes, viajé miles de kilómetros en la distancia y en el tiempo.

Fotos de Modesto Gutiérrez Cabo / AIN

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El encuentro

El almuerzo transcurría como casi todos los días de nuestra visita: en un ambiente de alegre camaradería con los vietnamitas, quienes son, a mi parecer, excelentes anfitriones.

La conversación se animaba con historias sobre Cuba y por momentos el intenso calor de aquel mediodía de julio hacía pensar que no estábamos al otro lado del mundo, sino en un ranchón bajo la sombra de árboles, a la orilla de cualquier playa de nuestro país.

Yo me disponía a probar –por primera vez– las almejas, cuando aquel hombre se acercó a nuestra mesa visiblemente feliz, con la intención de saludarnos.
«Qué bueno poder conocerlos. Cuba está en nuestro corazón», tradujo para nosotros Américo, mientras el hombre nos daba un fuerte apretón de manos. (más…)

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hoian39Visitar Hoi An fue como ir de Varadero a Trinidad. Veníamos de la hermosa Da Nang, una ciudad costera, y casi todo el trayecto fue observando playas y hoteles. A la derecha del camino estaban los talleres y exhibiciones de grandes figuras de piedra, talladas con formas de dragones y otros motivos que son comunes en las pagodas. Desde lejos incluso se veía lo que parecía ser una hermosa pagoda en medio de las montañas.

Pero nuestro destino era una ciudad antigua, un espacio en el que hoy coexisten la historia, la cultura, el comercio y el turismo. Hoi An me recordó Trinidad, aunque en realidad nada tienen que ver en arquitectura y muchas otras cosas. Supongo que fue por la estrechez de las calles, porque te lleva de vuelta al pasado. (más…)

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Cállate, Javier

Blog personal de un ingeniero informático cubano con ínfulas de escribidor. Casi siempre me mandan a callar.

Radares mirando al Sur

Comentarios sobre el mundo de los radares meteorológicos

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No he estado enumerando las manchas en el sol, Pues sé que en una sola mancha cabe el mundo. He procurado ser un gran mortificado, Para, si mortifico, no vayan a acusarme...

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