Ayer falleció mi televisor. No sé si fue un ataque de soledad el que carcomió sus circuitos, o acaso el cansancio acumulado de soportar día tras día y durante casi ocho años, el peso de una programación que en lugar de mejorar con el tiempo, solo empeora.
La sorpresa nos la dio la mañana del día dos, cuando regresamos mi madre y yo de pasar el fin de año en Bayamo junto a la familia. Encenderlo fue lo primero que hicimos, como siempre, pero después de un par de frases lacrimógenas de la telenovela brasileña de turno en el horario matutino, comenzó el sonido de su agonía, que más parecía el de una olla de presión a punto de explotar. (más…)